Roberto Palomino es un pionero de la pintura ecológica en Colombia. Volvemos a encontrarnos con él en su última exposición, centrada en el agua. El objetivo es sensibilizar a la opinión pública, ya que una cuarta parte de la población colombiana no tiene acceso suficiente al agua potable.
No le diga que es un pintor naturalista más, a riesgo de ofenderle. Para Roberto Palomino, un artista ecológico debe hacer algo más que reproducir paisajes; debe crear y comprometerse. "Para mí, la ecología no es jugar a la sopa. Se trata de fomentar la reflexión y de hablar claro». Desde hace más de 50 años, es esta sed de transmitir información a través de su obra lo que le ha convertido en pionero de la pintura ecológica, no sólo en Colombia, sino en toda Sudamérica.
Le encontramos en la biblioteca del barrio de La Floresta. Además de atraer a los turistas de paso con su parque lleno de flores, sus variados restaurantes que sirven arepas y su seguridad de bienvenida, este barrio de Medellín ofrece una rica vida cultural, con su biblioteca en el centro. En su interior se organizan numerosas actividades gratuitas, desde sesiones de yoga hasta clases de francés.
El "rey de la selva" colombiano.
En una sala reservada a varias exposiciones, los cuadros llaman la atención. El agua está por todas partes, en todas sus formas. Aquí, un colibrí deposita una gota de agua sobre una hoja. Allí, una familia se refugia en el tejado de su casa, arrastrada por la corriente. Más allá, un hombre de barba ligeramente desgreñada, reconocible por su sombrero de aventurero y su delantal de artista, da sus explicaciones. Es Roberto Palomino.
Desde hace años utiliza sus pinceles para advertirnos de nuestra irresponsable relación con los ecosistemas que nos rodean. Su concienciación se remonta a la infancia. La familia de Roberto está unida a un miembro de la comunidad indígena muisca, y fue él quien le inculcó el amor por la Madre Tierra. Pasa la mayor parte de los veranos y fines de semana en la finca de sus padres. Inmerso en este entorno natural, le gusta refugiarse en los barrancos de los alrededores y soñar con ser «el rey de la selva».
Su hermano Jorge le introdujo en el arte. Roberto Palomino recuerda divertido que en la familia construíamos nuestros propios juguetes. A los siete años participó en su primer concurso de pintura. Le consideraron demasiado joven, un hecho que aún hoy le enfurece. Está claro que a esa edad no estaba permitido exponer. Una década más tarde, le desaconsejaron escribir una tesis sobre pintura ecológica, simplemente porque no había fuentes sobre el tema. En los albores de la década de 1980, ¿no sería posible ser un pintor ecológico?
Consagrado a la Cumbre de la Tierra de Río, ante todo un «trabajador social».
Y, sin embargo, fue este camino el que abrazó. Aunque admitió sin reparos que en los años setenta no había lugar para la ecología en la sociedad colombiana, el interés por las obras ecologistas creció con los años. Tras licenciarse en Bellas Artes por la Universidad Nacional de Colombia en 1985, cada vez más empresas le encargaban cuadros con fines lucrativos. Incluso participó en la exposición de sellos PHILEX FRANCE en París en 1989. Tres años más tarde, fue de nuevo a través del diseño de un sello como representó al arte ecológico colombiano en la Cumbre de la Tierra en Río. Esta colaboración sonó a consagración.
Aunque no rehuía el éxito, quería ante todo transmitir su mensaje. Ya en aquella época se le podía ver educando a los niños sobre causas ecológicas en viejos archivos de la televisión colombiana. Puede que sus ojos se hayan cansado con la edad, pero conserva su pasión y su tendencia a sopesar cada gesto y cada palabra. Podría haberse dedicado a vender sus cuadros en galerías, pero sigue dando clases de pintura y compartiendo sus conocimientos ecológicos. Soy ante todo un trabajador social», insiste.
En los últimos años, ha seguido trabajando en la educación ambiental a través de la Fundación Palomino, que creó en 2018, y como asesor cultural de Medellín. Este es el objetivo de su última exposición, centrada en el agua. En la biblioteca La Floresta, los treinta lienzos de Palomino rodean la sala. El espectador se sumerge por completo en este universo acuático.
En busca de una «cultura del agua».
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